lunes, 19 de agosto de 2013

Peña, el ilusionista


Carlos Fazio

El administrador-gerente de Los Pinos, se­de ejecutiva y razón social de la empresa encargada de la compra venta de México en su fase actual, miente. Pese a tener asegurados los votos del Pacto por México para consumar el atraco del siglo a la nación −esto es, la contrarreforma energética−, Enrique Peña ha venido desplegando una demagógica y millonaria campaña de intoxicación mediática, con eje en la falsificación histórica y una distorsión y manipulación ideológica informativas.

En periodismo los adjetivos sobran; pero argumentados pueden ayudar a una comprensión de los hechos. Según su definición, una mentira es una expresión que resulta contraria (en todo o en parte) a lo que se sabe, se piensa o se cree. Lo opuesto de mentira es verdad. Mentir implica un engaño intencionado y consciente. Quien miente espera que el otro crea en la veracidad de su dicho. Quien miente sabe que está incurriendo en algo falaz, pero su interlocutor puede no advertirlo. La mentira implica una falsedad y opera como sinónimo de engaño, calumnia, embuste o falacia. A quien miente se le llama mentiroso.

Demagogia es una práctica política que mediante promesas falsas o infundadas manipula los sentimientos y las emociones de la población para ganarse su apoyo y convencerlas de la conveniencia de aceptar un programa de gobierno. Para el caso, la contrarreforma energética. A través de la propaganda y la retórica (como técnica de expresión para lograr la persuasión del destinatario), el demagogo busca incentivar los prejuicios, miedos y los deseos o las esperanzas de la gente para conseguir el favor popular. En última instancia, la demagogia permite atraer las decisiones de los demás hacia los intereses propios (o de la clase dominante) a partir de la utilización de falacias o mentiras. La manipulación de la información, la seudohistoria, los datos fuera de contexto y las falsas dicotomías también forman parte de la demagogia.

Aristóteles definió la demagogia como la forma corrupta o degenerada de la república. La práctica demagógica busca eliminar toda oposición y según Platón y Aristóteles puede conducir a un régimen autoritario oligárquico. Plutocrático y cleptocrático, diríamos hoy. Arrogándose el derecho de interpretar los intereses de las masas como intérprete de toda la nación (de la mexicanidad o el verdadero cardenismo para el caso de marras), el demagogo confisca todo el poder y la representación del pueblo e instaura una tiranía o dictadura personal.

El demagogo busca servirse de las masas para sus propios fines personales y/o de clase. Para eso cuenta con equipos de profesionales que aprovechan situaciones histórico-políticas excepcionales, dirigiéndolas para fines propios, para ganar el apoyo de la población, mediante mecanismos publicitarios, dramáticos y sicológicos. Naomi Klein le llamó la “doctrina del shock”. Hardt y Negri cuestionan como demagógicas a las democracias occidentales porque utilizan de manera intensiva técnicas publicitarias características del marketing y manipulan a la población a través de los medios de difusión masiva, amén de que recurren de manera sistemática a polarizaciones absolutas (maniqueas): bien-mal, democracia-populismo, desarrollo-atraso.

Falacia es utilizar argumentos que equivocan las relaciones lógicas entre elementos, o bien adoptan premisas evidentemente inaceptables. Al presentar información incompleta sobre su iniciativa energética, excluyendo posibles problemas y dificultades u ocultando datos, el mágico Peña cae en una manipulación de significados. Además, al privatizar de manera burda, antiética y tramposa el pensamiento y las posiciones de Lázaro Cárdenas (quien siempre priorizó el dominio de lo público y los fines sociales versus el apetito de los consorcios petroleros privados), practica la seudohistoria; no sigue las convenciones historiográficas y del método histórico y de modo artificioso busca minar los ideales cardenistas. Realiza una manipulación ideológica y escamotea la verdad vía una mala imitación que pretende hacer pasar por el objeto original. Falsedad suele vincularse con hipocresía, que se produce cuando un sujeto finge cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente posee; ello exhibe una ausencia de coherencia entre las ideas y las palabras o acciones.

Por todo lo anterior, el pragmático mesías épico que ha prometido casi el paraíso a los mexicanos, miente. Cuando Peña y su propaganda de saturación mediática dice que Pemex ni se vende ni se privatiza, miente de manera perversa, deshonesta y falaz. En la jerga orwelliana (donde dice paz leer guerra), hay que entender su mensaje en el sentido de que los hidrocarburos de la nación serán entregados a las trasnacionales ExxonMobil, Chevron, Shell, BP (ex British Petroleum), Total y Repsol YPF. Igual ocurrirá en el ramo de la electricidad, un área ya penetrada por Iberdrola, Gas Natural Fenosa, Endesa y otras empresas extranjeras.

En parte privatizados, los hidrocarburos y la electricidad son las joyas de la corona del proyecto neoliberal. La iniciativa-trampa del negociante Peña es gradualista: busca una contrarreforma constitucional (artículos 27 y 28) que elimine la exclusividad del Estado en petróleo, petroquímica básica y electricidad, y consumar luego −ese es el truco− el robo de la renta energética modificando la letra chiquita (leyes secundarias).

El ilusionista de Los Pinos −nada de lo que parece es− funge como capataz del gobierno en las sombras de la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (Aspan). Es el asalariado de un puñado de plutócratas; los verdaderos amos de México. De aprobarse la contrarreforma, Peña −no ya Pemex ni la CFE− extenderá los permisos y contratos. Su suculenta tajada, pues: Business is business. Para alcanzar todo ello, si la protesta social se desborda cuenta con la prensa amaestrada, la maquinaria del PRI y el uso de la violencia represiva como último recurso. El espectáculo continúa.

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